Dicen
que una de las ventajas de no trabajar es tener tiempo.
Yo odiaba
limpiar. Es más, prefería prescindir de otros gastos para tener a alguien que
viniera a hacerlo al menos una vez por semana.
Pero ahora tengo tiempo de sobra
y además le estoy encontrando el puntillo a eso de pasar la mopa.
Así
limpiaba así así….
Estoy
descubriendo que hay muchos productos y cada uno sirve para una cosa concreta.
No vale con uno de esos multiusos.
Por
ejemplo, limpiaduchas en spray para
uso diario (eso sí, conviene darle con otro producto una vez por semana para
quitar bien la roña), Pato WC para el
inodoro, limpiasuelos con lejía (para
desinfectar), limpiasuelos especial
madera para las zonas nobles y un sinfín de productos más.
Lo
mismo ocurre con los trapos, paños y demás. Cada uno cumple una función. Hay
unos que no sueltan pelusa que sirven para limpiar los cristales (aunque mi
marido, que es muy “rústico”, prefiere hacerlo con papel de periódico); hay
otros específicos para quitar el polvo; para aplicar el limpiamuebles; etc. Sin
olvidar ni menospreciar a la clásica bayeta que sirve para casi todo.
Los
días que toca limpieza general me levanto muy contenta por tener algo que hacer.
Empiezo con mucha energía. Primero los baños, después los dormitorios y por
último el salón. Debería hacerlo al revés, porque cuando llego a la zona más
noble de la casa ya no puedo más, paso de los detalles y voy directamente al
grano, maldiciendo por no tener un sueldo que me permita volver a contratar a
alguien que limpie.
Desde
que me ocupo de la limpieza veo polvo por todas partes. Voy siempre con el paño
en la mano repasando. ¿Será que me he vuelto un pelín tiquismiquis?
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