viernes, 6 de julio de 2012

Tengo la casa como los chorros del oro


Dicen que una de las ventajas de no trabajar es tener tiempo.

Yo odiaba limpiar. Es más, prefería prescindir de otros gastos para tener a alguien que viniera a hacerlo al menos una vez por semana. 

Pero ahora tengo tiempo de sobra y además le estoy encontrando el puntillo a eso de pasar la mopa.

Así limpiaba así así….

Estoy descubriendo que hay muchos productos y cada uno sirve para una cosa concreta. No vale con uno de esos multiusos.

Por ejemplo, limpiaduchas en spray para uso diario (eso sí, conviene darle con otro producto una vez por semana para quitar bien la roña), Pato WC para el inodoro, limpiasuelos con lejía (para desinfectar), limpiasuelos especial madera para las zonas nobles y un sinfín de productos más.

Lo mismo ocurre con los trapos, paños y demás. Cada uno cumple una función. Hay unos que no sueltan pelusa que sirven para limpiar los cristales (aunque mi marido, que es muy “rústico”, prefiere hacerlo con papel de periódico); hay otros específicos para quitar el polvo; para aplicar el limpiamuebles; etc. Sin olvidar ni menospreciar a la clásica bayeta que sirve para casi todo.

Los días que toca limpieza general me levanto muy contenta por tener algo que hacer. Empiezo con mucha energía. Primero los baños, después los dormitorios y por último el salón. Debería hacerlo al revés, porque cuando llego a la zona más noble de la casa ya no puedo más, paso de los detalles y voy directamente al grano, maldiciendo por no tener un sueldo que me permita volver a contratar a alguien que limpie.

Desde que me ocupo de la limpieza veo polvo por todas partes. Voy siempre con el paño en la mano repasando. ¿Será que me he vuelto un pelín tiquismiquis?

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