domingo, 11 de noviembre de 2012

Síndrome de Estocolmo

Echo de menos las tareas domésticas.

Creí que la fobia al polvo (me refiero al que flota por la casa y se posa en los muebles) se me iba a pasar con eso de estar ocupada en la oficina.

Paaaaaara naaaada.

Hoy domingo, sin ir más lejos, me he levantado con ganas de sacar brillo a mi humilde morada.

Después de más de un año limpiando con esmero y dedicación le he cogido el gustillo. He descubierto que me entretiene, me relaja y me sube la autoestima. Porque nadie deja mi casa más limpia y más reluciente. Soy buena en esto.

Yo, que como ya he comentado en otro post antes muerta que sencilla, no se por qué extraño motivo encuentro satisfacción en calzarme las pantuflas, anudarme el pañuelo en la cabeza, enfundarme los guantes de fregar y pasearme por toda la casa cargando con el barreño lleno de productos de limpieza y arrastrando el cubo de la fregona (monísimo, por cierto, negro y rosa, divino).

Para colmo de los colmos de esta extraña metamorfosis que estoy sufriendo, hoy, disfrazada de fregona, me he descubierto acompañando el vaivén de la idem a ritmo de "se va el caimán, se va el caimán". ¡¡¡Cantada por mí!!!!

Menos mal que siempre cuento con el apoyo incondicional y la inestimable colaboración de mi marido, que tumbado me decía desde el sofá: "deja, deja, no limpies, que ya lo hago yo mañana".

JA. Él y yo sabemos que no lo va a hacer ni mañana ni nunca.

Es lo que yo digo, síndrome de esto-es-el-colmo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario