miércoles, 28 de noviembre de 2012

Momento All Bran


Lo de ser nueva en un trabajo me plantea obstáculos, conflictos y situaciones difíciles de lidiar.
Por ejemplo, es la hora de salir y tú hace un buen rato que no tienes nada que hacer porque eres la nueva y tienes poco trabajo. Echas un vistazo a ver en qué andan tus compañeros y ellos siguen pegados al teléfono o sin levantar la vista del teclado. ¿Qué haces? ¿Te vas así sin más? Ni hablar. A ver si van a pensar que eres la vaga de turno y que se han equivocado al contratarte.
Así que disimulas y te pones a escribir la entrada del blog que luego vas a colgar cuando llegues a casa. Mirando siempre de reojillo para saber quién te está observando. Todo el rato incómoda y agobiada porque te crees el centro de atención, piensas que todos están pendientes de lo que haces para evaluarte. Nada más lejos de la realidad. Nadie te mira. La gente quiere terminar y marcharse.
Otro asunto delicado son las llamadas y mensajes personales. Yo tenía a todo el mundo mal acostumbrado. Se me podía llamar y mandar guasaps a cualquier hora, siempre contestaba. Pero eso se acabó. Ahora estoy en el medio de una oficina de esas abiertas donde todos nos vemos, nos oímos y nos olisqueamos. Mi pobre madre, cuyas llamadas alabé algunos posts atrás, no se atreve a marcar mi número, porque cuando lo hace le contesto entre susurros y le hablo tan bajito que se debe creer que le falla el oído.
Especialmente complicado esto de las llamadas cuando tienes que pedir cita con el médico, sobre todo si es para hacerte una prueba como una ecografía. ¿Ecografía de qué? Pregunta la señorita al otro lado de la línea. Cuando por fin tapándote la boca consigues susurrar "de mama" (lo pongo en color más claro para que se lea bajito), te contesta la muy impertinente en tono chillón "no le entiendo" (lo pongo en oscuro para que se lea alto), hable más alto por favor, ¿ecografía de qué? Y cuelgas el teléfono. Luego si eso me voy al baño y llamo desde mi móvil.
Y ya que hablamos baño, toiletteWC, excusado... El momento All Bran es la peor situación sin lugar a dudas. Porque cuando el apretón llega, llega. Y no puedes hacer nada para evitarlo. Es un momento incómodo per se cuando uno está fuera de casa, pero si estás en la oficina y encima eres nuevo apaga y vámonos. La cagaste (nunca mejor dicho).
La tripa te ruge y te pide a gritos que vayas al baño. Y tú que no, que no, que aquí no. Que es demasiado embarazoso. Que yo aguanto hasta llegar a casa (cuando la realidad es que te estás yendo por las patas).Y te enredas en un pulso con tus entrañas, en un tira y afloja del que seguro vas a salir perdiendo.
Porque vas a sufrir todo lo que te queda de jornada. Y, para colmo, cuando llegues a casa ya no tendrás ganas.

martes, 20 de noviembre de 2012

Apateando la ciudad

Estar todo el día sentada en una oficina tiene sus desventajas. Y todas se terminan notando en los mismos sitios: el culo y las lorzas. Parezco un shar pei cuando me siento.

Esta semana empecé mi plan de patear por la ciudad. Se trata de bajarme del metro 5 paradas antes, calzarme las zapas y pasito a pasito... hasta casa. 45 minutos. Siempre metiendo tripa para trabajar los abdominales. No está nada mal. Muy yankee eso de ir vestida de oficina y con las zapatillas de deporte, pero es lo que hay.

No se quien demonios puso de moda esas zapatillas (mejor dicho zapatones) para andar que parece que llevas calzado de ortopedia (sin ánimo de ofender). Para vendérnoslas dicen que activan la circulación, reducen la celulitis, mejoran la postura al andar, etc. Y una mierda. Aparte de más feas, más tochas y más pesadas, son como las demás. Pero yo las uso. Porque me creí lo que decían en el anuncio y ahora las tengo que amortizar.

Lo peor es mi recorrido. Paso por delante de un mercadillo callejero, tan bonito y tan navideño, por unos grandes almacenes con esos escaparates llenos de bolsos y zapatos que me llaman. Pss, pss, ven, ven. Y siempre alguna promoción (50% en la 2ª prenda, semana fantástica, 8 días de oro...), siempre algún reclamo. ¡Como para no picar! Así que acelero e intento pasar rápido y sin mirar (apretando bien el culo para trabajar los glúteos), porque lo único que faltaba es que andar me costase dinero.

Es bonito pasear, pero hacerlo como ejercicio es otra cosa. Hay que ir a paso ligero (un, dos, un, dos) para que haga algún efecto. Y claro, eso hace que te acalores, sudes y llegues a casa con la ropa tan mona que te habías puesto por la mañana hecha unos zorros.

En cuanto cobre voy a ver si me apunto a un gimnasio y dejo los paseos para el fin de semana.





domingo, 11 de noviembre de 2012

Síndrome de Estocolmo

Echo de menos las tareas domésticas.

Creí que la fobia al polvo (me refiero al que flota por la casa y se posa en los muebles) se me iba a pasar con eso de estar ocupada en la oficina.

Paaaaaara naaaada.

Hoy domingo, sin ir más lejos, me he levantado con ganas de sacar brillo a mi humilde morada.

Después de más de un año limpiando con esmero y dedicación le he cogido el gustillo. He descubierto que me entretiene, me relaja y me sube la autoestima. Porque nadie deja mi casa más limpia y más reluciente. Soy buena en esto.

Yo, que como ya he comentado en otro post antes muerta que sencilla, no se por qué extraño motivo encuentro satisfacción en calzarme las pantuflas, anudarme el pañuelo en la cabeza, enfundarme los guantes de fregar y pasearme por toda la casa cargando con el barreño lleno de productos de limpieza y arrastrando el cubo de la fregona (monísimo, por cierto, negro y rosa, divino).

Para colmo de los colmos de esta extraña metamorfosis que estoy sufriendo, hoy, disfrazada de fregona, me he descubierto acompañando el vaivén de la idem a ritmo de "se va el caimán, se va el caimán". ¡¡¡Cantada por mí!!!!

Menos mal que siempre cuento con el apoyo incondicional y la inestimable colaboración de mi marido, que tumbado me decía desde el sofá: "deja, deja, no limpies, que ya lo hago yo mañana".

JA. Él y yo sabemos que no lo va a hacer ni mañana ni nunca.

Es lo que yo digo, síndrome de esto-es-el-colmo.

jueves, 1 de noviembre de 2012

To tupper or not to tupper. Esa es la cuestión.

Y no me refiero al tuppersex. Esta vez no.

Cuando uno empieza en un nuevo trabajo una de las dudas que se le plantean es dónde, qué y con quién comer.

Analicemos las diferentes opciones:

1. Comer de menu en un bar / restaurante. Precio medio = 10 euros
2. Comprarte un sandwich o una ensalada y comer en tu mesa o en el banco de la calle. Precio medio = 5 euros.
3. Llevarte los restos de casa no tiene precio.

La opción 3, más conocida como "comer de tupper", es práctica común en casi todas las empresas. Ahora resulta que es lo más cool y lo más sano, porque te permite llevar una comida casera, variada y de bajo contenido en grasas y sal. Pero no nos engañemos, es la clásica "tartera" que los currelas han llevado a la obra toda la vida, preparada con esmero por sus queridas mujeres y regada, eso sí, con un buen Don Simón de treta brik y un sol y sombra de postre porque si no no hay dios que aguante.

Esta opción, además de popular, es la más económica de todas. En mi nueva oficina hay una sala grande que se utiliza de comedor. Tiene todo lo necesario para practicar el tupperismo: varias neveras, microondas, mesas y sillas a discreción y máquinas de agua y refrescos.

Hasta aquí todo bien. 

Por ser la nueva se me plantean varias dudas que se irán resolviendo según vaya conociendo las costumbres de mis compañeros.

La más importante: to tupper or not to tupper? 
Por todo lo expuesto anteriormente me decanto por "to tupper".

Ahora bien... ¿me hago la sana y la fina que come como un pajarito y me llevo una ensalada o un sandwich de pan integral y una manzana? ¿O, por el contrario, me llevo comida de la buena, de esa que apesta cuando la metes al microondas y que luego te deja el tupper lleno de aceite? Ya sabéis a lo que me refiero. Unas buenas lentejas con su choricito y su ajo (de las que repiten toda la tarde y te impiden levantar la cabeza del ordenador), las sobras del cocido de casa de tu madre, albóndigas con salsa y arroz, espaguetis boloñesa, pollo al ajillo, etc. 

Y otra duda. ¿Caliento la comida en un plato o como directamente del tupper? Al no tener confianza con el resto de comensales hay que elegir con mucho esmero el modelo de tartera que una se lleva a la oficina. Ahora que el tupperismo está de moda venden unos recipientes de diseño prácticos a la vez que estilosos. No se trata de los clásicos tupperware que todos tenemos en casa. En absoluto. Vienen con el tenedor incorporado y el bote para el ajilimójilis a juego con la tapa del recipiente. Una monada. Eso sí, cuestan más que una comida de menu (opción 1).

Y después de comer, ¿qué hago con la tartera? ¿Le paso un agua ahí mismo y la guardo en la bolsa chorreando o me la llevo sucia a casa y cuando llegue ya veremos?

El tupperismo hay que practicarlo con mucha elegancia. Y no todo el mundo sabe hacerlo. Es fundamental llevar la tartera en una bolsa con diseño. 
Sobre todo si se viaja en transporte público. Tú disimulas haciendo que llevas un regalo o una chuchería que te acabas de comprar. Pero sabes que todo el mundo sabe que lo que llevas en esa bolsa es ¡UN TUPPER! 

No importa. Antes muerta que sencilla.